martes, diciembre 14, 2004

Cuento viejo

Historia de una puerta

La calle desierta, un viento frío recorre la ciudad a la medianoche, una joven intenta volver a su casa después de una fiesta, va caminando rápido, con los brazos cruzados, tiembla a pesar de la casaca, tiene miedo.

Su casa está a sólo un par de cuadras, y el barrio es tranquilo, no tiene de que preocuparse; sin embargo está aquel callejón, no muy ancho ni muy largo, diez metros entre una calle y otra, dos metros entre una casa y otra, iluminado por un poste en uno de los extremos y una densa penumbra casi hacía la mitad provocada por un árbol, y allí justo donde la oscuridad se concentra está aquella puerta, la que motiva la inquietud de nuestra joven, la que a la luz del día le causa curiosidad, pero que por las noches (y en particular esta noche) le provoca escalofríos y angustia el pasar por su lado. Empotrada en una pared de ladrillos, la puerta de madera con forma de arco se mantiene siempre cerrada, oscura y llena de polvo, misteriosa.

La joven salió de la fiesta temprano, una pequeña discusión le había malogrado la noche y hasta hace un momento sólo pensaba en llegar a casa y dormir, pero a medida que se iba acercando al callejón se empezó a sentir inquieta y todo tipo de historias de apariciones y casas encantadas se le vinieron a la cabeza. Empezó a recriminarse, podría haber vuelto acompañada, su enamorado podría haberla ido a dejar, ¿por qué tenía que ser tan estúpido cuando estaban en grupo? Sin darse cuenta ha llegado a la entrada del callejón, duda un momento, pero finalmente sobreponiéndose a sus temores, penetra en él.

Cada paso se hace infinitamente sonoro en sus oídos, el eco rebota en una pared y luego en la otra multiplicando las pisadas y haciéndola sudar frío, piensa en que quizás debería silbar para ahuyentar el miedo, luego se da cuenta de que lo mejor es tener todos sus sentidos alerta y concentrados en atravesar el callejón con la mayor rapidez posible, sino algo le podría pasar, camina mirando hacía el piso, algunas hojas secas, papeles, algo que parece un preservativo en un rincón de la pared, intenta sonreírse pero el miedo le gana, se acerca más a la puerta, la luz del poste empieza a menguar, piensa en su abuelito fallecido, en las oraciones del colegio, en las almas en pena, en el infierno, su corazón palpita tan fuerte que siente vibrar todo su cuerpo con él, más fuerte, más fuerte, la puerta, a su lado, oscura como siempre, cerrada como siempre, oye su nombre, sigue avanzando, lo oye de nuevo, más fuerte, voltea a mirar pero no llega a ver a nadie, si te llaman por tu nombre y no ves a nadie quizás sea la muerte que te viene a buscar piensa, camina más rápido, sus manos cerradas sienten sus propias uñas desclavarse de ellas. Su corazón empieza a calmarse.

Ha llegado por fin al otro extremo del callejón, sana y salva, la puerta es ahora sólo una lejana mancha oscura en la pared, suspira de alivio, sus temores, se da cuenta ahora, eran bastante infantiles, suspira de nuevo, luego un sobresalto y un grito contenido, alguien la ha tomado de la mano, sólo es el enamorado, se tranquiliza, el le pide perdón por lo de la fiesta, ella ha estado bastante nerviosa como para enojarse con él, se siente segura ahora y le pide que la abrace, en la oscuridad de un callejón una pareja se funde apasionadamente en un beso.

La calle desierta, un viento frío recorre la ciudad en la madrugada, una joven yace sin vida en un callejón. Quizá fue el destino, quizá un enamorado ebrio.

Angel, Junio de 2002.

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