jueves, febrero 02, 2006

Qué Sunnydale, ni qué ocho cuartos

Es de dominio público que vivo en el infierno. O séase, el norte del Perú. Y siendo más específicos, la alegre ciudad de Sullana.

La comparación es justa, teniendo en cuenta que el calor en ésta época del año es... francamente insoportable e infernal. Lo sabes, cuando sudas a pesar de estar sentado y en la sombra; cuando el viento de la calle sopla aire caliente; cuando, por las noches, te das mil vueltas en las sábanas pegajosas y prefieres que los zancudos se den un banquete contigo antes que taparte y tener aún más calor.

Una buena opción para refrescarse es ir a una de las tantas piscinas que han aparecido durante los últimos veranos. Al menos es lo que íbamos a hacer el fin de semana pasado junto a los latones de Claudia, Sofía, José y Fernando. Pero siendo esta ciudad el infierno, pasó algo impensable... Una segunda muerte ocurrió en la piscina a la que pensábamos ir. Segunda muerte en menos de un mes.

Quizá olvidé mencionar que a inicios de enero cerraron varios de estos locales con piscinas por la poca seguridad con la que contaban. Hubo un muerto de por medio para que se tomara esta medida, la que aún así no duró mucho en ejecución, ya que se concedieron permisos especiales para que estos locales pudieran reabrir sus puertas. Y ya ven. Una segunda víctima y las palabras "cierre" y "definitivo" aparecieron en los titulares de todos los diarios locales, la semana pasada.

Así las cosas, el plan de ir a cualquier piscina ha quedado fuera de discusión. ¿La otra alternativa? La playa.

Contra todo pronóstico (odio la playa), iré. Ahora esperemos que el mar continue allí para cuando lleguemos.

miércoles, febrero 01, 2006

Estrechez de corazón

Lo que había estado temiendo desde hace algunos días ocurrió hoy finalmente: me llegó la confirmación de que el concierto de Los Prisioneros estuvo de putamadre...

Sí, fue el sábado en la noche. Sí, concierto de Los Prisioneros por primera y (probablemente) última vez en Piura. Sí, tenía el dinero para ir a VIP. Sí, no fui de puro coñete, y porque no estaba de humor, y porque no me puse de acuerdo con nadie, y porque no quería encontrarme con algunos indeseables, bla, bla, bla...

Hmmm... es curioso, pensé que quejarme y eso me haría sentir mejor, pero no. Todo este lloriqueo me hace sentir recontra ñaña. Pero bueno, aquella noche después de todo la pasé bien. Nos reunimos con algunos amigos a ver películas en casa de Claudia. Vi Adaptation y La Cosa por enésima vez. Derramé un vaso de gaseosa helada en mí. Dejé el piso sumamente meloso. Comí una hamburguesa de carretilla que causó estragos en mi estómago por los días siguientes. Y, para terminar, me pasé el resto de la noche conversando con Claudia en lo que ella calificó como la amanecida más sinsentido, ever. Mientras esperábamos el alba sentados en el balcón, me hizo prometer que no nos arrepentiríamos por no haber ido al concierto... y ya ven, aquí estoy, quejándome.

Aún hay algo que me reconforta de lo que me contaron los que sí fueron al concierto: Por más que el público rogó, Los Prisioneros no tocaron Estrechez de corazón, la canción que más me interesaba oir.
Ja! In your face!

Ahora sí, me retiro a mis aposentos, sintiéndome como la zorra de la fábula que no podía alcanzar las uvas y decía que estaban verdes para reconfortarse... pobre infeliz.